Guía de Berlanga de Duero en Soria

Berlanga de DueroEn el horizonte no hay playa y el sol se esfuerza en calentar la mañana de invierno castellano. Las suaves ondulaciones del terreno se suceden sólo interrumpidas por la hilera de chopos de algún pequeño cauce que se dirige, mansamente, hacia el hermano mayor de las aguas de Soria, el Duero. El camino nos lleva de Medinaceli a Almazán y de allí a Berlanga de Duero, a cuatro pasos de Burgo de Osma y de San Esteban de Gormaz, tres localidades sorianas que merecen una visita aunque sólo sea por el hecho de poder palpar, con todos los sentidos, los añejos perfiles de la historia de España.

En Berlanga, una localidad a orillas de la R-166 que va de Almazán a Burgo de Osma, es un pequeño pueblo que conserva, prácticamente intacta, su planta medieval. Sus perfiles urbanos conservan todo el sabor de la tradición arquitectónica de la zona: piedra, adobe y teja de barro cocido. De la paz y el ritmo de vida que allí se usan, pueden dar fe el hecho que, un sábado cualquiera, a primera hora de la tarde, al sol de la plaza se solazan apenas dos rapazuelos tras una pelota de goma. La calma es la bandera y el silencio recorre en procesión los soportales haciendo estación en las viejas columnas de madera que sostienen las galerías que se asoman a calles y plazas.

La Colegiata y la Calle Mayor

Pero la sorpresa mayor se la guarda Berlanga tras los poderosos muros de su colegiata. Un templo construido a expensas de los Duque de Frías entre 1526 y 1530 sobre ocho inmensas columnas que sostienen ricas bóvedas de crucería y que albergan numerosas capillas e imágenes, además de un retablo mayor barroco que data de 1714. No menos poderosos son los muros del castillo de los Tovar, construido en el siglo XV sobre lo que fuera una antigua fortaleza musulmana del siglo X de la que no han quedado vestigios.

Todo son sorpresas en esta villa, que presume de haber tenido como primer alcalde nada menos que a Rodrigo Díaz de Vivar, el renombrado Cid Campeador, y como hijo más ilustre a Fray Tomás de Berlanga, quien fuera Obispo de Tierra Firme en América y a quien se atribuye el descubrimiento de las islas Galápagos, frente a las costas de Perú. Haciendo centro de operaciones en Berlanga, no se puede obviar una visita a Burgo de Osma, villa medieval que, amparada por báculos y mitras, llegaría a convertirse en sede del episcopado de la provincia. Sus orígenes están unidos a Uxama, una ciudad celtíbero-romana que se asentó sobre un cerro próximo al actual emplazamiento urbano y defendido por el trazado del río Ucero.

Una calle mayor porticada, de inequívoco perfil castellano, desemboca en una preciosa plaza irregular presidida por la catedral, un impresionante templo en el que se funden, sin solución de continuidad, estilos cronológicamente diferenciados: románico, gótico, barroco y neoclásico. Es ésta una villa serena, acomodada y llena de establecimientos que ofrecen las exquisiteces de la tierra: embutidos, setas, vinos, mermeladas en abundosidad notable que contrasta con los perfiles austeros de su arquitectura. Añade a sus atractivos, precisamente en este tiempo, las viandas derivadas de la matanza del cerdo que es aquí objeto de culto gastronómico.

El Románico en Berlanga

Un poco más allá, en la carretera que lleva hasta Valladolid, la N-122, está San Esteban de Gormaz, villa castellana desde 1060, año en el que Fernando I se la arrebata al Califato de Córdoba. Poco después, en 1081, se levantó San Miguel, una preciosa iglesia típicamente románica cuyo detalle más singular es la galería porticada que recorre el exterior del lado meridional de la nave, creando una tipología que se mantendrá en Castilla hasta bien entrado el siglo XVI. Sólo por visitar este singular e histórico edificio, merece la pena una visita a la ciudad.

Hay otra iglesia románica en la villa, Nuestra Señora del Rivero, ésta del siglo XII. Ambos edificios son los únicos templos en los que se pueden encontrar en la decoración escultórica figuración humana ataviada a la moda islámica. Así es Soria, así son sus tierras y sus pueblos, enigmáticos, sobrios, tal vez silenciosos. Pero en sus campos, poblados de pinares o abiertos a los vientos mesetarios, reinan los pinares sobre los invernales barbechos en los que germinan ya las primaverales amapolas o las aromáticas especies del espliego, el tomillo o las salvias. Campos, ríos, pueblos y ciudades que cautivaron a insignes poetas del pasado y que hoy asombran a los viajeros que, huyendo del tumulto y los ruidos del mundo, se aventuran en el sosiego de esta tierra que rezuma historia por los cuatro puntos cardinales.

Imagen: AC

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